Madrid, capital cosmopolita y castiza. Cada vez que visito esta ciudad no puedo dejar de disfrutar de sus museos y galerías de arte: su oferta es infinita y parece haber crecido cada vez que vuelvo. No deja de sorprenderme.
Allí hay un museo, de nombre holandés y húngaro, que alberga una maravillosa colección, una muestra que siempre ha llamado mi atención. Sus diversas pinturas son una síntesis pictórica del arte europeo y norteamericano entre los siglos XIV y XX y fueron adquiridas a lo largo de dos generaciones por un empresario alemán y su descendencia -en especial por su hijo menor Hans Heinich-.
Al llegar y atravesar la puerta metálica del recinto museístico me llaman la atención tres elementos: un volumen preexistente de ladrillo caravista -antiguo palacio rehabilitado-, un segundo cuerpo de color blanco y de corte más contemporáneo y un jardín abierto al cielo tapizado de alfombras del color de las esmeraldas.
Los dos primeros edificios albergaban numerosos cuadros enmarcados, procedentes de artistas barrocos, impresionistas, románticos, renacentistas y contemporáneos. Dos edificios tan diferentes que se tocan y a la vez albergan una incalculable riqueza pictórica suavemente custodiada por sus marcos protectores.
Estos dos volúmenes con sus cuadros enmarcados y su jardín -vergel urbano- han sido trasladados a las piezas de la colección BARON T.
